Sufrir a crédito es lo que defino como sufrir al ocuparse con insistencia de algo antes de que suceda, lo que generalmente causa miedo o temor.
¿Tiene sentido sufrir por lo que todavía no ha ocurrido?
Hay personas que siempre están sufriendo por lo que pueda pasar, piensan en posibles peligros o problemas y la preocupación constituye una compañera permanente que no les deja vivir con tranquilidad. Se sienten nerviosas fácilmente y suelen tener dificultades para conciliar el sueño o concentrarse. Su mente está siempre en estado de alerta, dando vueltas alrededor de algo que en ese momento les preocupa, tienen lo que llamamos coloquialmente un “run run” que no se quitan de la cabeza.
La preocupación mantiene a la persona en un continuo:
«¿Y si…?»
Para las personas sufridoras, preocuparse supone un hábito y necesitan esa actividad mental para tener su vida bajo control. Tienen que pensar en las múltiples posibilidades, sobre todo las más negativas, para así sentir que dominan la situación. Este control imaginario les permite estar más preparados para la vida. Sin embargo, la realidad es que sufrir a crédito no sólo no mejora la capacidad para afrontar las dificultades, sino que genera ansiedad a través de los pensamientos negativos repetitivos y tiene las mismas consecuencias para el cuerpo humano que si la situación fuera real, sufren al preocuparse por anticipado.
Hay personas que se definen como sufridoras y consideran la preocupación como un rasgo de su carácter. No sólo se atormentan a sí mismas con esta exagerada aprensión, sino que también suelen desplazar este temor a las personas de su entorno. Piden, o a veces exigen, recibir noticias constantes para lograr su propia tranquilidad y, sin darse cuenta, pueden hacer sentirse a los demás responsables de su sufrimiento. Quienes tienen esta costumbre, no siempre lo ven como algo negativo y dicen:
“Soy así, no puedo evitarlo”
Cuando una persona intenta eliminar una preocupación de su mente, lo normal es que consiga lo contrario, y el pensamiento se vuelva más presente o se haga más grande. Esto se debe al efecto paradójico de la evitación, cuando se pretende no pensar en algo, en ese mismo momento ya está ocupando la mente. Por eso la persona cree que la inquietud es algo que no puede controlar y que es superior a ella.
La clave está en aprender a tratar las preocupaciones como lo que son, pensamientos negativos sobre el futuro pero no el futuro en sí. No se puede evitar la aparición de preocupaciones pero sí se puede decidir qué hacer con ellas. En vez de alimentarlas y que invadan los pensamientos, la persona debe observarlas y elegir como actuar ante ese “run run” en su cabeza. Al hacer esta diferenciación se adquiere un mayor control sobre los propios pensamientos, aprendiendo a valorarlos, comprobando su veracidad y la probabilidad de que realmente sucedan. De esta forma, se adquiere la libertad para escuchar o no esas preocupaciones según convenga.
Por ejemplo, los padres de un adolescente pueden preocuparse cada vez que éste sale de fiesta con los amigos, pensando que le puede pasar algo malo, que no va a volver a su hora, que tome demasiado alcohol, que tenga un accidente de coche… Pero si nunca les ha dado motivos de que esto vaya a pasar, simplemente es una preocupación del tipo: ¿Y si…? ¿Para qué van a preocuparse? Es cierto que a todos nos puede pasar algo malo alguna vez, de hecho, ¿a quién no le ha pasado algo malo en alguna ocasión?
Por supuesto, no todas las preocupaciones son negativas, a veces ante situaciones complicadas, es habitual sentir inquietud. Entonces puede ser útil preguntarse:
¿estoy mentalmente en el momento presente o más bien en el futuro?
o
¿qué puedo hacer ahora para mejorar la situación?
Diferenciar lo que está en nuestras manos y lo que no, permite vivir un presente más libre de preocupaciones.
Quiero terminar este post con la Metáfora del vaso de agua:
Durante una sesión grupal, un psicólogo levantó un vaso de agua y cuando todos esperaban la típica pregunta: ¿el vaso está medio lleno o medio vacío? él preguntó:
– ¿Cuánto pesa este vaso?
Las respuestas de los componentes del grupo variaron entre 200 y 250 gramos.
Pero el psicólogo respondió:
– El peso absoluto no es importante porque dependerá de cuánto tiempo sostengo el vaso. Si lo sostengo durante un minuto, no es problema. Si lo sostengo una hora, me dolerá el brazo. Si lo sostengo un día, mi brazo se entumecerá y paralizará. El vaso no cambia, pero cuanto más tiempo lo sujeto, más pesado y más difícil de soportar se vuelve.
Después continuó diciendo:
– Las preocupaciones son como el vaso de agua. Si piensas en ellas un rato, no pasa nada. Si piensas en ellas un poco más empiezan a doler y si piensas en ellas todo el día, acabas sintiéndote paralizado e incapaz de hacer nada.
«Hoy es el mañana por el que te preocupabas ayer». Dale Carnegie.